Es un hecho científico comprobable: es más fácil dejar de fumar que dejar de comer pan. Yo puedo asegurarlo, porque mi último cigarrillo lo fumé el 12 de octubre de 2007, y mi último pan me lo comí en el desayuno.
El pan nos ha acompañado desde el inicio de la civilización. Está en el Antiguo Testamento: Dios no dijo “ganarás el aguacate con el sudor de tu frente”. ¡No! Se fue directo al alimento más básico… el buen amigo pancito.
El pan es un compañero fiel: nos acompaña cuando estamos felices, con mantequilla y queso; pero también cuando estamos tristes, ansiosos o ebrios. Siempre está ahí, esperando en una canasta o una funda de papel.
En mi bucket list de placeres culinarios por probar antes de irme de este plano, están los beignets de Nueva Orleans. Se ven tan honestos en su maldad: harina frita cubierta de azúcar impalpable. Me los imagino como los primos aniñados de los “pristiños” del centro histórico, pero nacidos y criados en el Valle de Cumbayork.
Benchtime es una panadería de estilo asiático (una bakery, como dirían los foodies), ubicada en Quito, al principio de la República del Salvador, del lado del parque La Carolina. En panadería o pastelería, el término bench rest se refiere al tiempo de reposo que se le da a la masa para relajar el gluten. Asumo que de ahí viene el nombre: “tiempo de mesón” o “tiempo de banca”.
No tengo claro el origen exacto del local; no suelo sentarme a chismear con los dueños de los negocios donde compro —salvo en los bares, donde esa costumbre se vuelve casi obligatoria—, pero por los sabores diría que el origen de las recetas es japonés o coreano. O tal vez ambos.
Benchtime ofrece panes de gran calidad. La variedad no es enorme, pero cada producto vale la pena. El molde de brioche es una maravilla: da ganas de cortar una tajada y meter la nariz en medio. Huele a solaz. En la percha de pastelería hay unos simpáticos panes redondos con rostro de animalitos. Pero no se dejen engañar: no tienen nada de infantiles. El de crema pastelera de vainilla podría ser la pesadilla del nutricionista más templado. Y el de mousse de chocolate lograría provocarle un colerín al endocrinólogo más paciente.
Mención aparte merece el Melon Pan: el primo refinado del pan “carasucia” que hay en las panaderías de barrio. Es como si Carasucia hubiera invertido en criptomonedas y ahora pasara sus vacaciones en París y Roma. Muy aniñado, luce un color rompope elegante, cubierto por una capa de azúcar que se endurece en el horno, aunque sin llegar a caramelizarse. La textura interior es muy suave, etérea, y el sabor tiene algo que no logro identificar del todo. Su nombre dice “melón”, pero me resisto a creer que esa fruta esté involucrada en esa delicia. Choca con todos mis prejuicios, pero también los supera. Tiene un hermano verde agua (color Grogu), sabor a matcha, que es interesante. No tanto como el Melon, pero se le nota el parentesco.
La próxima vez que estén por esa zona, y quieran tomar un café con pancito, dense un gusto inesperado, fuera del típico espresso con croissant. Un americano con Melon Pan puede ser ese giro dulce y suave en el día que nadie pidió… pero todos agradecen. Benchtime queda ahí, frente al parque, sosteniendo discretamente su promesa de pausa y pan caliente.
Dónde:
Suiza N34-32 y Republica del Salvador Edif. Elize plus, Quito
Instagram:
@https://www.instagram.com/benchtime_ec/
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