Lo curioso de Plural es que siempre tiene un truco bajo la manga. Basta cruzar la puerta para sentir la energia: la atmósfera que este pequeño espacio genera es distinta: viva. Nada es estático. Todo está en constante evolución, y eso es parte de su encanto.
La propuesta inquieta: los platos cambian todo el tiempo. Por eso, al llegar, lo primero que quiero es escuchar la recomendación del día. A veces no quiero leer, solo dejarme guiar.
Ya instalado, me doy cuenta de que aquí todo comienza igual: bebiendo. Aunque el licor no es exactamente el protagonista. Comienzo con unas burbujas de naranjilla, guayusa, menta y hierbabuena. Refrescantes, distintas, con un equilibrio perfecto entre lo herbal y lo frutal. Dudé en pedir dos.
Los snacks, perfectos para acompañar la conversación, llegan rápido. Son de esos bocados que te hacen cerrar los ojos. Los maqueñitos con humacha, ají suave y queso manaba me recuerdan que en Ecuador el verde es religión, y que cualquier versión es bienvenida. Si pudiera, pediría cien.
Pero el plato que se roba ultimamente “el show“ es el kimchiz: un grilled cheese deconstruido donde el pan es hecho con masa madre. Un mordisco y todo tiene sentido: el dulzor de la masa, la acidez vibrante del kimchi, la cremosidad del queso. Este sándwich no se comparte.
A veces extraño lo que probé en mi última visita —la carta es móvil, después de todo—, pero también me entusiasma eses juego. Cada plato que se va deja espacio para una nueva obsesión.
Plural no es solo buena comida o buenos tragos. Tiene alma. Y eso siempre deja ganas de volver.
todo en su lugar, todos en la mesa
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