Anaca Maldonado
@lacomilonablog
La fanesca de la familia Mena siempre ha sido legendaria —o por lo menos lo ha sido para mí. Es la sopa del recuerdo, la que está en mi memoria desde que soy niña. Es la que mi madre preparaba cuando vivíamos fuera del país, como un plato exótico para agasajar a los invitados. Y cuando volví a vivir en Ecuador, esta sopa me llevó directo a la cocina de la casa de mi abuela, donde la recuerdo inclinada sobre la olla de fanesca, moviendo la cuchara de palo con insistencia y con el ritmo preciso de una directora de orquesta, para que nada se pegara en el fondo.
Una vez que un grupo de primos había terminado de hacer las masitas fritas y otros supervisaban la fanesca junto a la abuela, pasábamos al comedor bullicioso, donde nos reuníamos los cinco hijos y once nietos a contarnos qué había pasado durante la semana. La familia Mena en su máxima expresión.
La fanesca es un ritual, principalmente femenino: mujeres que se reúnen a pelar granos, preparar masitas fritas, encurtidos y platanitos. Y mientras hacen todo esto, conversan, se acompañan y, con ilusión, piensan en alimentar a sus familias. Para muchas personas, este plato simboliza un acto de fe dentro de los rituales católicos de Semana Santa. Para mí no. No es un acto de fe: es una celebración de la familia y de quienes se reúnen alrededor de una cocina para hacer y compartir.
A continuación, les comparto esta receta tan especial para mí y para mi familia. ¡Disfrútenla y repítanse el plato varias veces!
Tiempo de preparación: 60 min
Tiempo de cocción: 60 minutos
Porciones: 6
TIPS
todo en su lugar, todos en la mesa
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