Yuliana Ortiz Ruano
@yuliana_ortiz_ruano
“La receta es secreta”, dice Geovanna con su voz aguda y estridente, que llena cada rincón y ángulo de los espacios que ocupa. Geo, como la llamamos quienes la queremos y tenemos el privilegio de formar parte de su círculo de cuidado, es hija de dos diásporas negras del Ecuador: la del Valle del Chota y la de Esmeraldas. Su cocina es una fusión de sabores donde la costa y la sierra se entrelazan, donde lo geográfico—el espacio del que se toma lo necesario para el acto de comer—se conecta e interconecta sin límites regionales. Es, a su juicio, lo que le permite experimentar.
La conocí en 2014; yo tenía ganas de hacer recitales de poesía, y ella también. Así tejimos confabulaciones poéticas en la ciudad de Esmeraldas, y abrió las puertas de su casa en Vuelta Larga para poetas, músicos, curiosos y, sobre todo, para mí, que adoraba pasar horas y días a su lado.
Cuando la conocí, Geo estaba un poco desencantada con la cocina, pero jamás con el acto de cocinar. Lo que la desanimaba era la cocina como profesión: los malos pagos, las interminables horas de pie sin una justa retribución. La cocina, ese espacio que durante tanto tiempo se designó a las mujeres como su único oficio, se ha convertido en el reino de chefs varones y blancos, quienes desplazan a las mujeres negras después de haber extraído el capital de su sabor.
Para Geo, hablar de cocina, de alimentos, de hierbas y especias es hablar de cuidados, de amor y, sobre todo, de conciencia de clase y raza. Es comprender la trama política e histórica de cada plato que nos servimos en la mesa, ser conscientes, dentro de lo posible, de quiénes preparan nuestra comida y trazar los caminos de resistencia en algo tan cotidiano como el bolón, hermano del mofongo boricua y del mangú dominicano.
Geo me ha dicho que el guandul llegó de África con los ancestros, que conoce el recorrido transatlántico del dendé y que fabula críticamente los encuentros entre el corviche y el acarajé, entre el encocao de pescao esmeraldeño y la moqueca baiana.
Para ella, cocinar es un acto de magia y especulación, un proceso en el que algo siempre se repliega y se esconde. Cada maga en su cocina debe desentrañar sus memorias para hilar su propio sabor sin olvidar el de sus ancestras. “La sazón escondida en el chischís de nuestras cabezas”, diría el maestro Jalisco González.
Nacida en Rocafuerte en 1990, activista incansable por los derechos humanos de las comunidades negras, Geo no espera nada a cambio de su labor. Es desobediente frente a las estructuras opresoras, crítica del servilismo clientelar que traiciona a su pueblo y, sobre todo, nunca se queda callada.
Sus referentes culinarios son las dos Victorias de Esmeraldas: su madre y su abuela, junto con su mamita Julia María Rosa Erminia Maldonado Minda, su abuela de Cuajara. A través de ellas, fusiona dos culturas, dos sabores diversos, dos sazones: ambas herederas de la resistencia rural. Recuerda con amor la minuciosidad de su mami Julia, la tremenda atención al detalle en cada preparación.
Su abuela trabajó en la casa de un boticario en Otavalo y poseía un vasto conocimiento para hacer salsas y vinagretas, un saber casi clínico para aderezar y amasar delicias para sus hijos, nietos y comunidad. Geo reconoce que en su adolescencia huía de la cocina por rebeldía; no quería asumir el rol impuesto de mujer reducida a servir. Pero con el tiempo tuvo un despertar sensorial y culinario. Recordó que, para su mami Julia, la cocina no solo era el espacio donde se hacía visible el amor por su descendencia, sino también el laboratorio donde crio a sus hijos y generó el capital que les permitió salir adelante.
Rememora cómo su abuela pelaba el maní con una técnica precisa: extendía las semillas sobre un lienzo blanco, y las pieles se desprendían sin dificultad, sin tanta molestia. Su mami Julia era la reina de los trucos culinarios.
Hoy, extraña el café o té a las cinco de la tarde, acompañado de pasteles, rosquitas, quimbolitos, humitas y toda clase de delicias preparadas por las manos de su abuela. Por eso, cultiva fielmente la demostración de amor a través de los sentidos.
Ser parte de su entorno es una suerte: un espacio donde se celebra el mar, el río, las tierras de limo y altura, y los frutos que nos ofrecen, en un gran banquete de afecto y delicia reservado para los suyos.
todo en su lugar, todos en la mesa
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