Mi sueño de ser capitana de una nave espacial me llevó a escribir bitácoras. Hoy solo documento lo extraordinario; pero en el 97 no tenía esa asepsia editorial y me parecía igual de relevante un desayuno que una guerra. Quizá intuía que la memoria es así: arbitraria y despiadadamente democrática.
Aterrizamos a las 4h30 en Beirut, mi tío nos fue a recoger al aeropuerto para llevarnos al Berbara, el pueblo de mi papá. Mi tía nos esperaba con café y unos pasteles de anís.
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Inciso 1. Lo primero que probamos al llegar al Líbano fue el sfouf: un bizcocho de semolina, harina, leche, cúrcuma, anís, agua de azahar y agua de rosas (los Gemelos Fantásticos de la cocina libanesa), que se decora con piñones. Es un bocado de un amarillo vivificante como una estrella de mediana edad. Esponjoso, adictivo. Las primeras migrantes libanesas que vinieron a Ecuador, adaptaron el sfouf y otros dulces similares con ingredientes costeños. En el libro editado por las Señoras de la Beneficencia Libanesa-Siria, Nuestra Tradición en la Cocina, la página 226 reza “Torta de Yuca”. En cuanto al café, hay una costumbre curiosa. Te lo sirven en una taza pequeña, llena hasta la mitad. Al principio pensábamos que nos lo tacañeaban (sorry, tías), pero no: si te llenan la taza, te estan diciendo “quiero que te vayas”. La taza a medias significa “quiero que te quedes a conversar” (gracias, tías).
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De tarde, mi primo nos llevó a conocer la casa de su abuela, la hermana de mi jiddo (abuelito). Ella preparaba su propio sumac y vimos las bandejas secándose al sol. Comimos almendras verdes sacadas del árbol, tomamos agua de la qaraffa de barro y comimos aceitunas.
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Inciso 2. Al ver la qaraffa por fin entendimos por qué cuando éramos chicos, mi papá tenía el superpoder de tomar agua de la botella escanciando el contenido directo a la boca, sin tocar la botella y sin regar nada. Muy de señor libanés.
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Por la noche vinieron mis primos y tíos. Comimos, conversamos y fumamos arguile. Todas las tías le decían a mi hermana que se parecía a la taite (abuelita). Y todas nos obligaban a comer. Los amigos y primos de mi papi se acordaban de su niñez y juventud, de la escuelita. El promedio de vida aquí es de 90 años.
Salimos a pasear con mi tía a Trípoli. Fuimos a un lugar famoso donde venden dulces. Pedimos unos para probar allí, y compramos para llevar a Guayaquil. Luego fuimos a una casa de antigüedades y a un lugar donde mi papi compró pescado. Luego fuimos a Gharzouz, el pueblo de mi mami.
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Inciso 3, el que más he esperado. Parte 1: En el Líbano no se comen muchos mariscos. Sus platos emblemáticos suelen llevar borrego o rellenos. Pero hay un pez del que hablan con reverencia y orgullo: el Sultán Brahim. Con ese nombre, uno, tropical como es, espera que el Sultán Brahim sea una bestia abisal. Pero no: llega una chimilla con tomate. Parte 2: cuando en el Líbano o cualquier país árabe vas a una tienda de dulces, puedes probar cualquiera antes de comprar; y si no compras, no pasa nada. Y encima te brindan café (la taza más llena que la de las tías). Parte 3: Uno pertenece al pueblo del padre, aunque no haya nacido ni vivido allí; y cada pueblo tiene su especialidad: el Berbara, los higos; Gharzouz, el pueblo de mi mamá, los poetas; Wajh el Hajar, el pueblo de mi abuela materna, el laben (yogur árabe). Cuando era chica, el yogur que se tomaba en Guayaquil era saborizado y acompañaba al pan de yuca. Pero en las casas de los libaneses se comía laben con azúcar, o lo mezclabas con el arroz con menestra (invento de mi mamá que fue sensación en el Berbara).
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De ahí fuimos a Jbeil (Biblos), visitamos el colegio de los Hermanos Maristas, donde mi papi estudió la primaria. Mi papi reconoció a un señor que le arreglaba la bicicleta, luego a otro que le decían “Tufik el asado”. Paseamos por el souk: unos callejones de piedra llenos de tiendecitas de antigüedades y recuerdos. Luego fuimos al Batrun y tomamos la famosa limonada. A mi mami le ha dado por hablar de los “olivares”.
Desayunamos croissants rellenos de za’tar, son como una versión afrancesada del man’oushe. Al almuerzo comimos el pescado de ayer. Todas las tías nos dicen que nos quedemos y por primera vez, nos agarraron los cachetes. Yo ya estaba pensando que era cuento.
Fuimos a almorzar donde la hermana de mi jiddo. El chofer había cocinado. Casi toda la comida fría eran platos vegetarianos. Parece que la idea de hacer platos vegetarianos les ha fascinado.
Último día en el Berbara. Al almuerzo llegaron las primas de mi papi, cada una con su especialidad culinaria, y al final nos despedimos, lloramos. Era como irnos de nuestra propia casa.
Coda. Después de ese primer viaje, no volvimos a ver a muchos de los personajes de la bitácora. Unos murieron muy pronto, otros ya eran ancianos cuando fuimos y tuvimos la fortuna de compartir ese espacio y ese tiempo con ellos antes de que partieran. Mi papi tampoco está con nosotros, y ha sido muy emotivo recordarlo a través de su pueblo, sus costumbres, el cariño de su familia. Mi papá no fue un migrante típico. Nunca fue chauvinista ni tuvo melancolía de su tierra: sí, en cambio, una nostalgia a su estilo, calmada y profunda, por la generosidad de su gente y su suelo, y eso fue lo que nos enseñó tanto allá como acá, tanto en el 97 como hoy, aún, cada día: que no perteneces a una sola tierra, sino a las tierras que amas.
todo en su lugar, todos en la mesa
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