Pocas cosas nos conectan tanto como la comida. No solo el plato en la mesa, sino el acto mismo de cocinar, ese espacio donde la memoria y el cariño se mezclan con los ingredientes. Donde la magia se hace cuerpo. Crecí viendo a mi abuela amasar panes de yuca y tostar maní, que yo pelaba cuando salía del horno, mientras en la televisión sonaba una voz familiar: María Rosa García de Hemala.
La conductora de Día a día con María Rosa no nació en Ecuador, pero lo hizo suyo. Uruguaya de origen, llegó a Guayaquil por los negocios de su esposo. «Cuando llegó a Guayaquil se enamoró de la ciudad. Parece que llegó a algún edificio en el centro, abrió la ventana y dijo: “Yo te voy a conquistar, Guayaquil.”», cuenta Teresa Arboleda, su compañera del canal, y lo logró desde la cocina y la pantalla. Ese salto a la televisión, casi accidental, a través de un comercial de Maicena Royal la llevó a convertirse en la cara de la cocina en Ecuavisa durante 12 años.
Aunque no fue la primera en llevar la cocina a la televisión ecuatoriana, sí fue la más recordada. ¿La clave? Su carisma y espontaneidad. Cecilia Pérez, productora del programa en sus últimos años, recuerda que libretearla era imposible: María Rosa improvisaba, conectaba y hacía que cada emisión se sintiera como una conversación entre amigas. Pero su programa iba más allá de las recetas. En el segmento final, su favorito, leía cartas de televidentes y daba consejos, creando un vínculo emocional que cerraba con un beso volado, una rosa al aire o un guiño y, por supuesto con su icónica frase de despedida: «Hasta mañana, si Dios quiere».
Fuera de la televisión, su vida giraba en torno a la comida. Tenía un pequeño negocio en su casa donde vendía pascualinas y pie de limón, recetas que su público le pedía repetir una y otra vez. También publicó un libro en 1982, María Rosa y su cocina, que tuvo varias ediciones.
Esta mujer imponente, la más alta de todo el canal, como la recuerda Marina Paolinelli, coordinadora de producción de Ecuavisa y fotógrafa de su libro, conservó su altura cuando le diagnosticaron cáncer de seno. Cuando la enfermedad le hizo perder su característico cabello blanco, no lo ocultó. Su productora cuenta que un día, en plena grabación, se quitó la peluca y mostró su cabeza en recuperación: «Entonces habló sobre la resiliencia y enfrentar a la enfermedad con una buena actitud». Con esa naturalidad y fortaleza, siguió inspirando a quienes la veían como un ejemplo a seguir.
Más de 30 años después de la última emisión de su programa, su legado sigue vivo en quienes la vieron cocinar, en las recetas de su libro, que heredé de mi abuela, y en la memoria de esa mujer que, con un beso volado y una rosa en el aire, nos recordó que la cocina es mucho más que comida: es compañía, es historia, es identidad.
Hoy, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, María Rosa cumpliría 100 años, una coincidencia que hoy resuena con más fuerza. Y aunque ella no hablaría de empoderamiento con esas palabras, seguiría recordándonos que la cocina es un espacio de conexión y de poder, porque esta mujer, desde su postura tradicional, alentaba a otras a trabajar, a generar sus propios ingresos y a no aceptar abusos. Sus recetas nos enseñaron a cocinar, sus consejos, nos dieron alas para volar.
todo en su lugar, todos en la mesa
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